Reflejos de una Sombra
Dentro de mí, no queda piel ni hueso, solo un pantano de sombras y cicatrices donde algo se retuerce, sin rostro, sin nombre. Es una criatura nacida del dolor, alimentada por la oscuridad de otras bestias que alguna vez invadieron mi ser. Estas entidades no llegaron de la nada; se deslizaron en mi vida con la fuerza de un vendaval, ocultas tras máscaras humanas, pero su esencia era más oscura, más primitiva. Me encontraron vulnerable, y dejaron marcas profundas, heridas que no cierran, un eco persistente que aún resuena en mis entrañas. Aquella primera sombra, la más cercana, me observaba desde lo profundo, como si el simple hecho de existir me hiciera merecedor de su furia. Sus ojos eran dos pozos sin fondo, y su presencia lo llenaba todo de frío. Su juicio caía sobre mí como una niebla opresiva, y cada palabra suya era un lazo que se apretaba alrededor de mi cuello. Pero no era un lazo de amor, ni de protección, sino una cuerda que me tiraba hacia la oscuridad, moldeándome, rompiéndo