Reflejos de una Sombra
Dentro de mí, no queda piel ni hueso, solo un pantano de sombras y cicatrices donde algo se retuerce, sin rostro, sin nombre. Es una criatura nacida del dolor, alimentada por la oscuridad de otras bestias que alguna vez invadieron mi ser. Estas entidades no llegaron de la nada; se deslizaron en mi vida con la fuerza de un vendaval, ocultas tras máscaras humanas, pero su esencia era más oscura, más primitiva. Me encontraron vulnerable, y dejaron marcas profundas, heridas que no cierran, un eco persistente que aún resuena en mis entrañas.
Aquella primera sombra, la más cercana, me observaba desde lo profundo, como si el simple hecho de existir me hiciera merecedor de su furia. Sus ojos eran dos pozos sin fondo, y su presencia lo llenaba todo de frío. Su juicio caía sobre mí como una niebla opresiva, y cada palabra suya era un lazo que se apretaba alrededor de mi cuello. Pero no era un lazo de amor, ni de protección, sino una cuerda que me tiraba hacia la oscuridad, moldeándome, rompiéndome lentamente. La bestia que fue mi guardián no me protegió; me devoró.
Y luego vinieron otras criaturas, emergiendo de las sombras, una tras otra, como si hubieran sentido el rastro de mi sangre. No tenían rostros, solo formas indistintas que se movían con sigilo, siempre cercanas, siempre listas para desgarrar más. Eran sombras pesadas, que se envolvían a mi alrededor, que me poseían, dejando en mí algo más oscuro que la simple carne rota. Se arrastraron sobre mí, infiltrándose en mi mente, arrancándome la humanidad, consumiendo lo poco que quedaba intacto. Con cada toque suyo, sentía cómo me transformaba, cómo mi propio cuerpo se volvía ajeno, desconocido, como si ya no fuera mío.
Cada gesto, cada susurro, cada acto, fue una nueva grieta, una nueva fisura en un alma que ya no podía contener tanto dolor. Las sombras me hicieron suyo, me convirtieron en lo que soy ahora: una amalgama de sus crueldades, una mezcla de todas las heridas que dejaron atrás. Soy el resultado de sus garras, de sus colmillos, de sus oscuros deseos, y ya no sé dónde terminan ellas y dónde empiezo yo.
Ahora, cuando cierro los ojos, esas criaturas aún están ahí. No se han ido. Se han enroscado en mis huesos, en mi carne, susurrando siempre, recordándome que lo que una vez fui ya no existe. Soy su obra, su creación, y aunque intento gritar, mi voz se ahoga en el fango del que ahora estoy hecho. Ya no soy yo; soy la sombra de esas bestias, la cicatriz viva de lo que dejaron en mí. Y cada día, sus ecos se hacen más fuertes, hasta que lo único que queda es el vacío que dejaron dentro de mí.
El mundo que me rodea es un espejo distorsionado. Las sombras se han vuelto mi único reflejo, y aquellos que alguna vez estuvieron cerca han huido. No soportaron el peso de las criaturas que me habitan, no pudieron entender lo que esas bestias hicieron de mí. Me ven como un pozo oscuro, un abismo que no tiene fondo, y yo, desde dentro, solo siento el frío de su abandono. Porque, al final, ¿quién puede soportar la presencia de algo tan roto, tan corroído por la oscuridad?
El cansancio me envuelve. No es el agotamiento físico, es el peso de una vida vivida bajo el yugo de esas sombras. Es un cansancio en el alma, en los huesos, en el mismo tejido de mi ser. No hay lugar para la paz aquí, no hay refugio para alguien que ha sido moldeado por las bestias. Cada respiro es una batalla contra el peso que me arrastra hacia abajo, hacia el fango, hacia ese abismo donde las criaturas me esperan, donde sus garras siguen arañando las paredes de mi ser.
El monstruo dentro de mí no nació de la nada; es la suma de todos esos encuentros, de todas esas sombras que me invadieron. Es el resultado de los colmillos que se hundieron en mi piel, de las garras que rasgaron mi mente. Y ahora vive en mí, no como un invasor, sino como parte de lo que soy. No tiene rostro, no tiene voz, pero susurra en cada rincón de mi mente, arrastrándome hacia la oscuridad con cada paso que doy. Intento escapar, pero el monstruo y yo somos uno.
Y la oscuridad, siempre presente, me llama. No promete consuelo, no ofrece alivio, solo un fin silencioso, un abrazo frío que parece la única salida. Ya no lucho contra esas sombras, porque sé que en algún momento me consumirán por completo. No hay final feliz en este camino. Solo la certeza de que las criaturas que me habitan, las sombras que me moldearon, son ahora parte de mí. Soy su reflejo, su creación, y cuando el último rastro de mí se desvanezca, no quedará más que la sombra que siempre fui, disuelta en el abismo donde las bestias esperan en silencio.
Comentarios
Publicar un comentario