Heridas incurables

El dolor no es un visitante, es un huésped permanente. Se instala en los huesos, en la piel, en cada resquicio de la mente donde antes había algo parecido a la calma. No pide permiso, no se explica. Solo está ahí, devorando cada intento de respirar sin que el aire queme.

Las palabras duelen más que los golpes, porque no se desvanecen con el tiempo. Se clavan, se pudren, se convierten en un eco que nunca deja de repetirse. "No vales nada", "No deberías existir", "Ojalá fueras un error corregible". Se meten bajo las uñas, entre los dientes, hasta que cada intento de hablar sabe a sangre y ceniza.

El mundo sigue girando, indiferente, sin mirar a los que se desmoronan en silencio. La gente habla de esperanza como si fuera una moneda de cambio barata, pero para algunos la esperanza es solo otra forma de tortura. Una mentira disfrazada de alivio momentáneo.

No hay salida cuando la cárcel está dentro de ti. No hay descanso cuando el enemigo usa tu propia voz. Solo queda el desgaste, el desgaste hasta que no quede nada.



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